domingo, 16 de agosto de 2009

Pisco: Dos años después

A propósito de cumplirse el segundo año del terremoto del 15 de agosto de 2007, los recuerdos inevitablemente vienen a mi. Lejos de cómo viví el sismo más fuerte que he sentido en mi corta vida, en mi memoria se registran los rostros de desesperación de la gente de Pisco cuando fui semanas después del desastre.

Luego de haber escuchado durante varios días al presidente Alan García decir que "solo se necesitarían algunas semanas para que las ciudades de Pisco, Chincha e Ica sean reconstruidas", la realidad superó largamente mi imaginación al visitar la ciudad. Mejor dicho, al visitar lo que ya no era una ciudad. Lo que se había convertido en un desierto poblado de gente que no tenía nada para comer, que no tenía dónde enterrar a sus familiares muertos y lo peor de todo, que no tenía siquiera un lugar donde dormir.

Fue una experiencia casi traumática llegar al estadio de la devastada ciudad. Al rededor de 50 familias viviendo en azuladas carpas, que se sostenían en cuatro tambaleantes palos. Ese era el consuelo. Ese era el consuelo de la gente que lo había perdido todo. Recuerdo que en ese entonces -2007- una delegación de médicos cubanos atendían a todos los damnificados de manera solidaria. Las víctimas se aferraban a ellos y depositaban la confianza que depositaron en el Gobierno Central, pese a sus rimbombantes anuncios. El recorrido que realicé -gracias a la radio donde en ese entonces trabajaba- fue una o dos semanas después del 15 de agosto.

Aún parece que siento las voces de las personas que se me acercaron con desesperación a pedir dinero, comida y ropa para abrigarse. Ancianos golpeados y con fracturas en distintas partes de su cuerpo. Fue muy frustrante saber que no podía hacer nada más que compadecerme por ellos y -por su puesto- criticar, mientras podía, la lentitud de la entrega de ayuda a un lugar donde el sufrimiento era, paradójicamente, el pan de cada día.

Ya pasaron dos años desde ese entonces. Y el único milagro registrado en el lugar es la vida de un pequeño de dos años que sobrevivió pese a que toda, sí toda, su familia murió. El niño, en ese entonces tenía 10 meses y no murio pese a ser rescatado 48 horas después de ocurrido el desastre. ¿Lección de vida? Definitivamente. Pero es una lección que las autoridades y los gobernantes no han asimilado ya no les ha conmovido, un poquito siquiera, el dolor que sentía cada uno de los piqueños, chinchanos y cañetanos que lo perdieron, literalmente, todo.

Catia Gutiérrez Guerrero